13 julio 2005

Divididos caeremos.

Siempre se ha afirmado que controlar Internet es imposible, puesto que habría que instalar filtros en cada una de las capas que la componen.
(Navegante) Sería necesario rehacerla de abajo arriba y de arriba abajo, empeño imposible por su coste inconmensurable. China, sin embargo, está dispuesta a intentarlo, al menos en su ámbito local. Con la vergonzosa complicidad de las empresas occidentales que fabrican el hardware y el software que forman la carne de Internet, el gobierno chino está embarcado en un peligroso experimento que puede llevar a la fragmentación y colapso de Internet.
En Slate Tim Wu cuenta que desde el pasado fin de junio todos los "bloggers" chinos han de estar registrados ante el Gobierno, o se arriesgan a sufrir severas represalias. Y eso no es nada: recientemente Microsoft reconoció que su sistema de blogs en chino literalmente impide escribir términos como "libertad" o "democracia". Y es sabido que los resultados de las búsquedas en Google China no incluyen aquellos sitios web que molestan al Partido.
En resumen; China intenta poner puertas al campo de Internet, con la ayuda activa de las empresas "multinacioccidentales", obtenida vía coactiva: o colaboras, o el mayor mercado del planeta quedará fuera de tu alcance, y luego te haremos la competencia en tus mercados con nuestra tecnología alternativa. El gobierno chino, explica Wu, quiere una Internet capada, balcanizada, una especie de gigantesca Infovía china conectada por apenas unos hilos con el resto de la Red mundial. Y están desarrollando la tecnología necesaria para ello.
Esta vez podría funcionar. En Internet los únicos países reales son las lenguas; al gobierno chino le basta controlar los contenidos en este lenguaje para conseguir sus propósitos. Controlando los puntos clave, como proveedores de acceso, conexiones internacionales, principales proveedores de contenido y buscadores, es posible eliminar selectivamente determinados contenidos enojosos, o al menos dificultar tanto el acceso que sean irrelevantes. El coste, dado que es necesario modificar equipos y presionar a empresas extranjeras, es inconmensurable. Pero el gobierno chino parece dispuesto a pagarlo para obtener lo que desea. Que parece ser extender de modo natural a la Red su estrategia política: libertad de mercado bajo un régimen totalitario.
Podría considerarse que a nosotros no nos peta; que si China decide erigir una Gran Muralla y volver a aislarse del planeta ellos se lo pierden. Podría considerarse, de modo optimista, que a la libertad de mercado siguen irremisiblemente otras, o que es imposible construir una Internet que sirva para la economía sin que también contamine la política.
Pero el riesgo es considerable. Como avisa Wu, si China desarrolla sistemas y tecnologías que permitan a su gobierno controlar los contenidos de Internet, aprovechando su potencial de crecimiento sin dejar entrar los soplos renovadores en política, muchos otros países se sentirían tentados. Sería como unos años 60 y 70 en España con el dinero del turismo pero sin su ejemplo social y político. Todas las dictaduras que en el mundo son querrían emplear el sistema. Internet se fragmentaría en diferentes intranets de país, con contenidos, formas de uso y fenómenos sociales diferentes. El Imperio de la Red se dividiría en reinos de taifas controlados por soberanos locales y caprichosos. El potencial de crecimiento, de mestizaje y fertilización mutua, desaparecería. Internet pasaría de ser una Aldea Global a convertirse en numerosos pequeños centros comerciales.
Sería el Fin del Sueño. Y el gobierno chino, con la inestimable ayuda de quienes en Occidente exigen mayor control de contenidos tras cada atentado, puede por potencia económica, política y cultural conseguir la tecnología necesaria. El riesgo es real. Las acciones posibles, pocas.