20 septiembre 2005

.cat no es la respuesta.

José Cervera cree que el dominio ".cat", no es la respuesta, ya que aunque molesta poco, no resuelve el problema.
Ni amenaza inminente a la unidad de España, ni imprescindible refugio para asegurar la supervivencia de la cultura catalana, ni ataque a ninguna otra autonomía, sensibilidad o cultura; el nuevo dominio .cat tiene visos de convertirse sobre todo en un engorro. Como otros dominios de nivel máximo creados con valor simbólico, .cat ha nacido con las mejores intenciones, pero en la práctica sólo añadirá una molestia a quienes deseen publicar en Internet, sobre todo desde Cataluña o en catalán. Publicar es la única manera que tiene una comunidad cultural de dejar una huella real en la Red.
Internet tiene una clave, una característica única y novedosa: ofrece a cualquiera la posibilidad de publicar lo que desee, de modo que cualquier otra persona del mundo pueda acceder a lo publicado. Con unos requisitos mínimos de intermediación; con muchísima más libertad y alcance de la que jamás ha existido antes. Ésa es la riqueza de la Red, el rasgo que ha permitido que existan los blogs, que pequeñas empresas puedan transformarse en gigantes, que sencillos programas amenacen a industrias multimillonarias, que la forma de comprar esté cambiando y que la política se esté haciendo más transparente, entre otras cosas. Todo debido a que cualquier paisano de cualquier país puede publicar con un alcance potencialmente global. Y debido a que millones de paisanos se han puesto a hacerlo cual posesos.
Naturalmente que la libertad de publicación no es absoluta: existen límites. Algunos de esos límites, los más obvios, se nos suelen olvidar: para utilizar Internet como emisor o receptor hace falta saber leer y escribir, tener acceso a una cara pieza de maquinaria llamada ordenador y conseguir que esté conectada por líneas telefónicas decentes a una empresa de acceso mínimamente profesional. Mucha gente de este planeta todavía no cumple alguna de estas condiciones, aunque precisamente ellos serán los más beneficiados cuando de un modo u otro tengan acceso a la Red. También hay límites tecnológicos, como los que impone la necesidad de que cada ordenador en la Red esté identificado por una etiqueta única, que se llama Dirección IP; lo cual implica la existencia de un intermediario necesario, un organismo internacional que expida esas etiquetas y se asegure de que son únicas.
Estas limitaciones son reales. En cambio los nombres de dominio, esas direcciones que estamos acostumbrados a usar como http://www.elmundo.es, no son técnicamente necesarios. Existen porque nosotros, los humanos, las unidades de carbono que estamos en la periferia de la Red, somos defectuosos. Retenemos los números con notable dificultad, así que nos vemos obligados a usar palabras, y eso implica la necesidad de un sistema de traducción, que se llama Domain Name System (DNS). La misma ONG que administra las Direcciones IP se encarga del DNS de tal modo que la Red siga funcionando, con sus unidades de silicio y de carbono.
Lo que no hay es ninguna limitación al número de Dominios de Máximo Nivel (Top Level Domains), las terminaciones de los nombres de dominio de Internet como .com, .net, .org, .edu, .int, .eu o .es, de los cuales hay operativos 260. Y pronto habrá 261, con la reciente creación del dominio patrocinado para la lengua y cultura catalana .cat.
No hay limitaciones al número de TLDs; no hay ´divisiones´ de TLDs, ni tampoco tienen una clara utilidad. No son más que un recurso para multiplicar el número posible de dominios; algo que permite que la misma palabra pueda apuntar a diferentes ordenadores de la Red en distintos sitios sin violar las normas técnicas.
Al principio hubo muy pocos TLDs, sobre todo .edu (educativos, EEUU), .org (ONGs, EEUU) y .com (comerciales, EEUU). Luego cada red nacional que se iba incorporando a Internet añadió su propio registro con un TLD nacional (.uk, .fr, .es, .de, etcétera) para no liar las cosas. Así se llegó a la situación actual, con cientos de TLDs nacionales y un puñado de TLDs ´genéricos´. Porque los .com, .org y .net pueden ser de cualquier país. Y de hecho lo son.
En España, por ejemplo, miles de páginas tienen dominios .com gracias a la pésima gestión que hizo durante años EsNIC, el registro de dominios .es. Los elevados precios, recientemente rebajados, y la compleja burocracia, simplificada hace poco, dificultaron el registro bajo .es. Así que muchas páginas utilizan .com. Y no pasa nada. El TLD de una página es irrelevante.
En el futuro, casi con toda probabilidad, habrá miles de TLDs. La realidad es que terminarán creciendo hasta el infinito, porque pueden crearse tantos como se desee, y se van a necesitar. Habrá miles de dominios de máximo nivel, que ya no tendrán asociada la característica de ser ´sólo para países´ y perderán cualquier posible carácter simbólico.
Un TLD ni siquiera sirve para indicar la pertenencia de la página a un ámbito cultural o a una comunidad, como se ha argumentado en el caso del .cat. Por razones políticas habrá páginas escritas en lengua catalana que no buscarán ese dominio. Con seguridad quienes sí deseen una dirección .cat también querrán tenerla en los demás dominios (.es, .eu, .com), para proteger su marca. La localización de información se seguirá haciendo como hasta ahora, por la vía de los buscadores, que son capaces de identificar el idioma de búsqueda desde hace años. Google busca catalán, y en catalán; como en turco, hebreo, búlgaro y dos tipos de chino. Éso es lo que de verdad importa.
Desde el punto de vista tecnológico no hay pues razón alguna para añadir un nuevo dominio a las complicaciones de mantener una página web. Por otra parte la molestia será mínima, a poco que la Associació puntCAT (que se encargará de la gestión del nuevo TLD) no sobrecargue de burocracia ni ponga un precio elevado a su obtención.
Pero el verdadero problema es otro. Lo que gobiernos y sociedades civiles debieran comprender es que el peligro cultural en Internet no se conjura con simbolismos estériles, sino publicando. La mejor forma de reforzar una cultura en Internet es practicarla, inundando la Red con contenidos propios, escritos y cantados en el propio idioma y también en otros para facilitar su extensión. Para proyectar una influencia cultural, con todo lo que ello conlleva, es mejor publicar en catalán, y castellano, y euskara, y galego, y bable, y chino, y también en inglés. Regar con cultura el mundo es mucho más importante que los dominios simbólicos. Por monos que queden.