20 julio 2005

Un asunto de defensa propia: Los amos del copyright duro quieren cambiar las reglas.

El pasado fin de semana se celebró en Barcelona CopyFight, dedicado a las nuevas alternativas en la propiedad intelectual con la participación de figuras como Lawrence Lessig, fundador de Creative Commons; Cory Doctorow, escritor y activista; John Perry Barlow, ranchero y fundador de la EFF; David Bravo, abogado; Jimmy Wales, creador de la Wikipedia; Pablo Soto, programador de P2Ps y productor musical, y muchos más.
A diferencia de lo informado en algunos medios, las intervenciones no pidieron recortar ningún derecho. Pero sí denunciaron la concertada campaña por extender la propiedad intelectual.
Las voces presentes en CopyFight no queremos quitarle lo suyo a nadie. Pero hay quien quiere quitarnos a todos lo nuestro.
La legislación de Propiedad Intelectual proporciona una serie de "candados" legales que permiten a los autores y propietarios impedir la copia no autorizada de sus propiedades.
Estos candados hasta ahora sólo se dejaban cerrados: es la propiedad intelectual actual. La propuesta del "copyleft" es que el autor pueda dejar algunos abiertos, a su elección, de tal forma que la copia de su obra sea posible sin que nadie corra riesgos legales. Éso es Creative Commons; difícilmente puede calificarse de idea radical o de recorte de derechos legales que no se rebajan sino que simplemente se ejercen de otra manera. Parece mentira que dentro del sector creativo y editorial haya tanta y tan cerrada oposición a algo tan sencillo.
Pero claro, el verdadero problema no es ése. Lo que de verdad está pasando es que la industria editorial y los intermediarios de la cultura están intentando llevar los derechos de propiedad intelectual e industrial mucho más allá de lo que nunca estuvieron.
Quieren no sólo evitar la copia sin permiso, sino controlar por completo el uso que hacemos de sus productos y separar claramente al autor del consumidor.
Nosotros no queremos quitarle nada a nadie. Son ellos los que apuestan por quitarnos lo que siempre tuvimos.
Ya está ocurriendo. En España ahora mismo no está claro que se pueda ceder al público una obra; el Dominio Público no funciona como en los EEUU. Algunos derechos no pueden cederse, porque la ley lo prohibe. Otros han de gestionarse de una manera concreta, por orden de la autoridad competente.
El proceso sigue adelante. La industria y las entidades de gestión pretenden el absoluto control de la cultura, de tal forma que cada uso, cada cita, cada mención, cada alusión, esté controlada. Y, por supuesto, cobrada. Nada de recopilaciones personales; nada de escuchar sin límites una canción o de leer sin límites un libro. Nada de prestar una película. Nada de regalar cultura creada por uno mismo.
Se trata de una campaña concertada a ambas orillas del Atlántico. Así la extensión de las patentes al software se aprobó primero en los EEUU y luego, con esa excusa, se intentó aprobar en Europa. Así se extendió la validez de los derechos de propiedad en los EEUU a 70 años, para acercarlos a los europeos.
Así, previno Cory Doctorow en su charla, Europa quiere incorporar ahora una legislación que impedirá grabar los programas de televisión sin permiso de la cadena emisora, a diferencia de lo que ahora ocurre. Por eso Lawrence Lessig comentaba en su conferencia la importancia del rechazo europeo a las patentes extendidas al software, y solicitaba nuestra ayuda ("los amigos deben decirle las verdades a los amigos", decía) para controlar a su desmadrada industria cultural.
Así es como funciona. Las leyes se aprueban donde se puede convencer, por cualquier método, a los parlamentos para que las aprueben, y luego (dado que la propiedad intelectual ha de ser homogénea o carece de sentido en un mundo globalizado) se hace aprobar en los demás sitios. Siempre en la misma dirección: aumentando la longitud del periodo exclusivo, limitando los derechos del comprador, aumentando los del propietario, controlando cada vez más los usos.
Es cierto que estamos en guerra. Pero nosotros somos los atacados.
Tan poco acostumbradas están las fuerzas del "copyright" duro a encontrar resistencia que la simple existencia de una alternativa a su programa de dominación mundial les pone nerviosos. Así, afirman que el "copyleft" mata de hambre a los músicos, que pretende reducir los derechos de propiedad intelectual, que está relacionado con la "piratería" (y ésta a su vez con mafias y terroristas), que acabará con la cultura.
Pero nadie obliga a ningún autor a usar licencias CC, que en nada recortan (faltaría más) los derechos reconocidos por la ley. Que algunos autores decidan usar este mecanismo, dejando algunos candados abiertos, en nada entorpece a los demás. Que cada cual haga lo que crea conveniente. Las licencias CC no amenazan a ninguna cultura, por cerrada que quiera ser. Sólo permiten que exista otra.
Si algo puede terminar con la cultura, como se afirmó una y otra vez en CopyFight, es su fosilización. La cultura no es un sustantivo, sino un verbo; no se tiene, sino que se practica. Si las leyes y las tecnologías restrictivas nos impiden practicar cultura, ésta morirá. Ésa es la amenaza.
El "copyleft" es tan sólo una parte de un movimiento defensivo. Se trata de herramientas con las que podemos practicar cultura sin temor a problemas legales, y eso es lo que ahora toca: utilizar al máximo las posibilidades que da el "copyleft" para crear y mantener una vigorosa cultura libre.
Una cultura que confunda creador y "consumidor", en la que la mezcla, el enriquecimiento, la copia creativa y la interactividad sean vitales. Una cultura viva que se practique.
También habrá que vigilar para que el programa maximalista de extensión de la propiedad intelectual respete estos mínimos. Para que nadie imponga un único modelo de negocio por ley. Para que nadie secuestre la cultura con la excusa de defenderla. Ése es ahora el reto: vigilar. Y vigilaremos.